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31.10.2016 Críticas  
El misterio de envejecer

Si hay algo de lo que no nos libramos nadie es de envejecer. Día a día, segundo a segundo, de manera inexorable. La vejez y sus consecuencias es algo que nos llegará. Esta obra nos habla de ello, nos enfrenta a las sensaciones confusas de la pérdida de la realidad.

Ha querido el destino que coincidan en Madrid dos trabajos del dramaturgo francés Florian Zeller. En el Teatro Maravillas, se representa con éxito “La Mentira”. En el Bellas Artes, tenemos a este EL PADRE que, gracias a la emotiva interpretación de Héctor Alterio deja una platea llena de emoción contenida y muchas lágrimas.

EL PADRE juega a confundir al espectador. Uno espera un melodrama y este no aparece hasta el último tramo del montaje. Todo gira en descubrir si lo que vemos es real o no. Las escenas presentan la confusión de este padre envejecido. Poco a poco iremos descubriendo, con trazos de fino humor y sarcasmo, que mucho de lo que vemos es fruto de la confusión de la mente ya envejecida de nuestro protagonista. Las inevitables decisiones familiares sobre el pertinente ingreso del envejecido padre, las confesiones nunca realizadas, que se debe decidir si realizarlas o callar para siempre.

Una situación como la que se presenta es real como la vida misma. Las tensiones que se producen ante los efectos de la pérdida de la memoria de un ser querido son algo terrible, tanto para el que lo sufre, como para los que le acompañan en ese trance. Lo inteligente de este texto que podría haber derivado al melodrama más típico, es precisamente el aura de misterio que se plantea. Las entradas y salidas de unos personajes que desconocemos si son reales, o fruto de la confundida mente de EL PADRE. Con un juego de idas y venidas en el tiempo iremos componiendo el rompecabezas. Al final sabremos la realidad.

El elenco liderado por un magistral Héctor Alterio es a mi parecer desigual. Héctor Alterio tiene el magnetismo de la edad. Uno no puede más que sobrecogerse ante su interpretación. La solidez de su palabra. Es de un realismo que impresiona. Ese papel pasa de la ironía a la rabia, del sarcasmo a la resignación. La última escena es simplemente un escalofrío que recorre la medula de la sala. Ante tal derroche, el resto se muestra un escalón por debajo. No es algo reprochable, simplemente es que están ante un grande y eso juega en su contra. A su vez los personajes imaginarios tienen eso de dificultad. Les intuimos imaginarios, con lo que empatizar con ellos es difícil. Ana Labordeta, en el papel de hija, pone piel a muchas sensaciones, con notable sensibilidad.

La escenografía es interesante. Ese acogedor salón que se irá transformando en lo que todos tememos. La música que acompaña el clima de suspense es correcta, aunque alguno de los efectos me pareció desmedido.

Me gustó que esperando una historia dura y triste, se me sorprendiera con una historia de misterio, donde solo faltaba el mayordomo asesino. Aquí no hay asesino que descubrir. El asesino es la edad, la vejez, la enfermedad. Pudiendo caer en terrenos en exceso melodramáticos, EL PADRE no lo hace. Tiene la carga justa para que nos planteemos lo que ocurre en la mente de muchos de nuestros mayores. Su confusión, su miedo.

Mirando muchos de los ojos empañados en lágrimas al salir del teatro, no me cabe duda de que este montaje toca muy de lleno a cualquiera que haya pasado por una situación similar. Da un altavoz potente a las sensaciones desconocidas de la vejez. A los que no hemos pasado por ahí aún, nos pone sobre aviso.

Crítica realizada por Moises C. Alabau

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