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24.10.2016 Críticas  
España no está tan lejos de Suecia

Lars Norén es un dramaturgo sueco y una de las voces del teatro contemporaneo más importantes de la actualidad. Muchas de sus obras reflejan una parte muy personal del autor por lo que adquieren un tono significativamente autobiógrafico, que en mucho casos está muy relacionado con la infancia.

Norén también incide en su obra en la condición de personas de bajo estrato social, o en la gente de clase media-alta incapaces de realizar su propia gestión emocional. Temáticas comunes a la mayoría de los seres humanos.

Es por ello que cuando ves interpretado algunos de sus textos, como en el caso que nos ocupa, es fácil concluir que, en esencia, el ser humano es el mismo aquí, en Suecia (desde donde escribe el autor), o en cualquier parte del globo terráqueo.

Desde el primer segundo en el que tomas asiento ya sabes que esta obra va a ser sofocante y tensa hasta la saciedad. La escenografía de EL CORATGE DE MATAR (a cargo de Pep Durán), tan bien dispuesta, muestra el comedor de una casa grande, recargado hasta el último rincón, repleto de estantes con vasijas, cabezas de yeso y esculturas romanas por todas partes, marcos y cuadros, todo en desorden, pero relativamente ordenado, tenue luz y un ambiente que se respira difícil. Metidos en unas cajas, los tres protagonistas de la obra, inmóviles, como si fueran unas esculturas más. En conjunto se respira un ambiente rígido e inquietante lo mires por donde lo mires.

La obra arranca con el padre de Erik que le pide cerrar las ventanas porque tiene frío. Erik se niega, porque él las quiere abiertas. Esto genera una discusión que incrementa y decrece y que va a ser el tono que se va a mantener a lo largo de toda la noche.

Discusiones, y a continuación abrazos. Amenazas, proseguidas por nostalgia. Violenta intimidación y, de repente, reconstrucción de un pasado… Así, hasta el último momento, en el que vas averiguando que las cosas no son lo que parecen pero tampoco entiendes como son.

Un argumento rebuscado, que sin tener un desenlace revelado que de explicación a las situaciones que se están viviendo, te deja un regusto a hiel de principio a fin. Sabes que algo no va bien, y que tampoco nada fue bien en el pasado. Que las heridas son más profundas de lo que las cicatrices dejan ver, aunque no sabes porque. Norén tampoco te lo cuenta. Pero cuando sales del teatro, sabes que ahí nunca nada andó ni bien, ni normal.

Nao Albet es Erick, el hijo bipolar y ¿esquizofrénico?. Un papel harto difícil el que le ha tocado y que ejecuta más que correctamente. La interpretación de personas con crisis nerviosas y cambios de humor constantes requiere de gran concentración y preparación, si uno quiere conseguir convencer al público y crear un personaje que sea creíble. Uno tiene que conseguir que hasta los tics propios de una enfermedad de este tipo sean de lo más natural. Y a Albet te lo crees. Además, él es el responsable de la composición musical de la obra, que suplementa perfectamente el ambiente en sus justos momentos.

El padre está brillantemente interpretado por Manel Barcelò, quien deslumbra por su perfecta ejecución de un personaje que esconde más de lo que pretende mostrar y que consigue que descubras por ti mismo su persona, su presente y su pasado, sin cambiar de registro hasta el giro final de la obra.

Y para el papel de Radka, la novia del hijo, se ha elegido apropiadamente a una María Rodríguez, que sin pudor ni vergüenza, acaba de darle razones al desastroso colofón al que se dirige esta dura dramaturgia. Dura, no tanto por lo que se muestra si no por lo que no se ve.

EL CORATGE DE MATAR no es agradable, pero es algo. Te hace salir del teatro cabreado, molesto, incómodo… Y te deja regusto de amargo para tiempo.

Pero al final, eso es lo que le pedimos a este arte, ¿no? Que sea algo, que te diga algo, que te cuente algo. Pues Norén lo consigue, y Magda Puyo, con esta dirección, nos lo ha traído tal cual al Teatre Nacional de Catalunya.

No digo que vayan a reir. Tampoco que vayan a llorar. Solo digo que tienen que ir y escuchar, ver y, aunque no lo parezca, disfrutar.

Crítica realizada por Diana Limones

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