Gran acontecimiento en el Teatre Romea de Barcelona. El primero de los tres títulos del autor francés Florian Zeller, que coparán nuestra cartelera a nivel estatal esta temporada, sube a las tablas de la ciudad. José Carlos Plaza dirige y adapta el texto original cuyo papel protagonista recae en un magnánimo y generosísimo Héctor Alterio.
El galo es uno de los autores que más impulso ha sufrido en los últimos daños, gracias en gran parte a las distintas puestas en escena de este título. La versión que nos ocupa se mantiene fiel al original excepto en la localización, que se traslada a la ciudad de Madrid. Allí nos espera Andrés, EL PADRE. Toda la obra se desarrollará a partir del punto de vista, progresivamente más confuso a medida que avanzan tanto el argumento como la enfermedad, del protagonista. ¿Lo que vale será lo que dicen los otros o las sensaciones y sentimientos de Andrés?
Francisco Leal firma tanto la escenografía como la iluminación del espectáculo, sin duda uno de los grandes aciertos de este montaje. El uso de distintas puertas y paneles cuyo movimiento es apenas perceptible mientras sucede al ojo del espectador transforma el espacio de un modo entre misterioso y delicado. Las transiciones prácticamente opacas, aunque no del todo, acrecientan la sensación de estar contemplando las mismas sombras difusas que el protagonista. De este modo, nos acercamos al thriller psicológico del que se sirve el autor para mostrar la demencia que sufre Andrés.
La composición musical de Mariano Díaz sigue en esta misma línea en algunos momentos. En otros se torna cómplice de una dirección que potencia el dramatismo de la situación. Esta podría parecer la opción fácil, pero nada más alejado de la realidad. Zeller ha estructurado el drama a partir de varias escenas que se suceden con un orden que puede parecer inconexo. Apostar íntegramente por el misterio podría quitar verosimilitud al clímax de la obra. Así, Plaza prefiere delegar esta característica al estilo dramatúrgico del original y se centra en otro de los pilares sobre el que descansa la propuesta: la dirección de actores.
Ana Labordeta interpreta uno de los personajes más complicados de la pieza. Su función bisagra, entre su realidad y la de su padre, obliga a la actriz a matizar el tono en cada intervención, algo que aborda con éxito. Tanto Luis Rallo como Miguel Hermoso se complementan muy bien en su naturaleza de personajes duplicados, así como Zaira Montes y María González. Un elenco que se entrega a potenciar aún más si cabe el juego macabro del destino que Zeller idea para su protagonista.
Más que una comedia nos encontramos antes una farsa y antes que un melodrama estamos contemplando una gran tragedia. Lo mejor en EL PADRE es la interpretación arrebatadora y entregada de Héctor Alterio. Su mordacidad mudará progresivamente hacia el rompimiento en escena de su personaje. La duda no restará matices a su jugueteo que se transformará poco a poco en exasperación. El grandísimo actor nos mostrará todas y cada una de las grietas mentales y del corazón Andrés. Y también las nuestras.
Tras cada función, Alterio recibe una de las ovaciones en pie más espontáneas y agradecidas de las que se ha podido participar en años. El efecto conseguido por este hombre es tan potente y su calado tan profundo que vivimos, a través de su interpretación, la certeza de que su generosidad es ilimitada. Tanto que parece que lo aquí está sucediendo trasciende el acto teatral. Este trabajo del argentino nos proporciona las que creemos deben ser las herramientas necesarias para transitar, si es que nos llega el momento (si es que logramos recordarlo cuando llegue) por esta confusa y perversa enfermedad que es el alzhéimer.
Algo muy importante sucede cada noche en el Romea. Aquí le recordaremos, señor Alterio. Seguro que sí. Muchas gracias por su visita y por su talento. Y por mantener las ganas de compartirlo con todos nosotros con semejante humanitarismo.
Crítica realizada por Fernando Solla
