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28.09.2016 Críticas  
Un western cervantino

El ambigú del Pavón Kamikaze se llena de un turbio olor a bar de carretera, serrín y traición en una excelente adaptación libre de “El casamiento engañoso” de Miguel de Cervantes. Personajes rudos, atmosfera lograda y una historia que corta la respiración.

Esta PERRA VIDA ganó el premio Almagro Off este mismo año, y la oportunidad de verlo no debería dejarse pasar por cualquier amante del teatro hecho con inteligencia y con muy buen hacer. Cuatro personajes en una historia de engaños y traiciones, una historia llevada a nuestros tiempos, pero que Cervantes ya imaginó en una de sus novelas ejemplares allá por 1613.

El escenario lleno de serrín da paso al encuentro de un irreconocible Campuzano, y su ex compañero de la legión, el tal Peralta. Ese encuentro tiene lugar en un sórdido bar de carretera regentado por quien creemos es Estefanía. Ese encuentro fortuito dará pie a conocer la historia que se ha tejido entre las paredes de ese tugurio. Vemos a modo de flashback, a Lorenzo, el joven e intrépido propietario del bar en su primer encuentro con Estefanía. Contemplaremos su bonita historia de amor y descubriremos lo que el destino les tenía reservado. Un destino que echará el cerrojo justo en ese inesperado encuentro con el que da inicio el montaje.

No debo desvelar más, pues PERRA VIDA sorprende en su desenlace. El montaje en el ambigú es certero. José Padilla ha adaptado con tino la historia escrita por Cervantes, la ha dotado de energía y la ha colocado en un imaginario distinto al original. Quedándose con los principales personajes ha tejido un thriller con aroma de western.

Los cuatro actores brillan. La candidez del personaje interpretado por Samuel Viyuela contagia sus ganas de vivir y enamorarse. Elisabet Altube consigue ese aura de ternura que requiere su Estefanía. Diego Toucedo impresiona con ese Campuzano en desgracia, trastornado. Nerea Moreno compone dos personajes rudos. Impresiona su monologo final, a cara descubierta, encarándose al cercano público.

Todo el montaje refleja garra, es una historia dura con destellos de ternura, pero al final la PERRA VIDA se impone. Se agradece salir del claustrofóbico ambiente, pero salimos pensando que quizás podríamos haber sido nosotros uno de los protagonistas. Al fin y al cabo, no es tan descabellada la historia.

Si no lo han hecho aún, adéntrense en el juego de apariencias y engaños que se presenta en el Pavón Kamikaze. Hay que oler el serrín, hay que ver las siluetas entre las sombras, hay que escuchar hablar a los perros.

Crítica realizada por Moises C. Alabau

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